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... Y TODO RECTO HASTA EL AMANECER

Si sabes lo que significa, no te digo nada más, nos vemos allí y lucharemos con los piratas, las fieras y los indios, danzaremos con las hadas y comeremos pasteles imaginarios con los niños perdidos. Si aun así no lo sabes... quizás perdiste un algo dentro tuyo que te impide ver las cosas sencillas e importantes que hay a tu alrededor... búscalo y empezarás a ser feliz.

sábado, 7 de mayo de 2016

Ansiedad y piscinas cubiertas. Lo dura que podía ser la niñez sobre los 80

Desde los 11 años que no había entrado a una piscina cubierta.  Oportunidades había tenido muchas, pero me era imposible aguantar más de 30 segundos dentro del recinto sin que aquel olor a cloro me revolviera las tripas.  Y no era por el cloro en si, en piscinas descubiertas no me molestaba.  Era todo.  El olor que se metía en las fosas nasales, el ruido apagado y con ligero eco del recinto... todo me evocaba tiempos pasados, tiempos que hicieron que esa sensación de angustia se apoderara de mi cada vez que me acercaba al ambiente caliente y oloroso de esos lugares.

La primera vez que me llevaron a una para aprender a nadar, yo entré con mis manguitos y toda la ilusión del mundo de la mano de mi madre.  Era la piscina del pueblo, flamantes instalaciones deportivas.  Lo recuerdo como si fuera ayer.

Tenía 4 años, puede que 5.  Los monitores me quitaron los manguitos y se los dieron a mi madre "esto no le hará falta".  Me cogieron de la mano, me llevaron al borde de la piscina y me lanzaron al agua.  Sin más.

Recuerdo mirar arriba, ver el agua mientras me hundía e intentar subir, donde muy borroso veía las piernas de dos hombres y un gancho enorme que usaban los monitores con un mango largo.  El agua amortiguaba el eco de lo que decían "vamos, cógelo, coge el gancho".

Cuando conseguí sacar la cabeza y subir los brazos, lo retiraron y volví a hundirme.  Volvía a ver como se alejaba la imagen mientras caía y otra vez, con mucho esfuerzo y terror conseguí sacar la cabeza para ver como ese gancho volvía a ser retirado por aquellas cuatro piernas con bañador slip y yo volvía a hundirme.

Veía las burbujas que salían de mi desesperación y subían, mientras yo bajaba.  "Sácala ya, sácala ya" y el gancho me subió hacia la superficie, haciéndome un daño terrible en la nuca, en donde uno de aquellos hombres, el que no tenía el gancho, me sacaba fuera de la piscina.

Nunca he sabido porque hicieron eso, si querían saber si sabía o no nadar bastaba con preguntar a mis padres.  Lo que si se es que, después de ese día, cuando me tocaba natación yo experimentaba terror, puro terror.  Me escondía en casa cuando veía a mi madre preparar la bolsa y me quejaba de dolores, de fiebre, por tal de no ir.  Lógicamente mi madre me encontraba y terminaba en la piscina.

Recuerdo dos cosas más, una niña que cada vez que entraba vomitaba directamente en las gradas donde dejábamos las toallas y el día en que se suponía terminábamos el primer cursillo.  Ese día teníamos que atravesar la piscina de lado a lado.  Yo fui incapaz, a cada dos brazadas me tenía que agarrar al bordillo mientras el monitor me insultaba.  Le escuchaba llamarme inútil, ordenarme que nadara.  Lo recuerdo ahí en pie, con un bañador rojo, gritándome mientras yo lloraba y le decía que no podía.

Fuimos dos niños los que no lo conseguimos.  Nos pusieron delante de todos para que nos avergonzáramos y viéramos que a los demás les darían unos caballitos de colores y a nosotros no.  Tendría 6 años, el niño un año menos.  Y nos sentimos culpables, tenía miedo de lo que dirían mis padres cuando, la verdad, los fracasados habían sido ellos, esos monitores que habían sido incapaces de conseguir en un curso que yo nadara y sin embargo me crearon un terror que me ha durado hasta hoy día.

Hoy el club de natación de mi pueblo es fantástico, las instalaciones nuevas maravillosas, los monitores infantiles da gusto verlos.  A los míos, los he seguido viendo.  Terminaron trabajando en la brigada de obras del ayuntamiento.  Creo que eso lo dice todo.

Años después, a cualquiera de mi generación que les hables de esos cursillos te dirán horrorizados los nombres de los monitores.  Hablando con mi hermana, ella también evita entrar en las piscinas cubiertas por la misma razón.  Mi pobre madre, cuando después de muchos años lo comentamos en casa, horrorizada se enteró de las prácticas de enseñanza que emplearon con nosotras.  No sabía nada, ella pensaba que bueno, llorábamos por miedo al agua.

Me he cruzado muchas veces a aquellos 3 monitores y, después de tantos años, no puedo evitar sentir asco e incluso, muy a mi asombro y pesar, odio.  Seguramente habrá quien diga que esas cosas hay que dejarlas atrás, pero no puedo.  Estaban con niños, por mucho que antes la pedagogía fuera diferente, hay cosas que no son lógicas e infringir terror para enseñar dice muy poco de ti como persona.
Lo jodido del caso es que no soy yo sola, al principio lo pensaba, mi experiencia fue mía, pero no.  Fuimos muchos niños los que aprendimos allí a nadar y hasta ahora, 30 años después,  todos los que me he encontrado cuentan sensaciones similares y terrores sufridos.

Una pena que antes estas cosas fueran normales y nosotros no supiéramos que podíamos hablar, avisar a nuestros padres, que por el hecho de ser profesores no eran todopoderosos y no tenían la razón.  Pero era lo que nos enseñaban.  Antes por defecto y hoy día por exceso.  Igual en un futuro conseguimos dar a los niños la voz que de verdad tienen, ni la muda como antes ni la verdad suprema como la de ahora.  Entonces, en ese momento, la educación será como ha de ser.

Afortunadamente he de decir que casi tengo superada mi ansiedad sobre las piscinas cubiertas.  El pasado verano me invitaron una tarde.  No podía rechazar esa invitación, estarían los peques de mi amiga y hacía días que no los había visto.  He de reconocer que llegué con nervios, no sabía si aguantaría dentro pero respiré hondo y allí me presenté.

Al principio todo fue bien, estaban en una pequeña piscinita que no hacía ni un metro de profundidad, muy relajante.  Una vez acostumbradas mis fosas nasales al olor y mis oídos al ruido, conseguí apartar recuerdos y disfrutar de la compañía y el baño.

Más tarde el enano pidió que le acompañara a la piscina grande.  Lo hice.  Me quedé fuera mientras él, con sus 5 años, me enseñaba como se lanzaba y nadaba.  Me pidió que me metiera dentro.  Me acerqué y el estómago se me revolvió en el acto y me dio la sensación de que aquella piscina se hacía profunda, muy profunda.  Quería tirarme al agua, como hemos hecho otras veces en la playa o en piscinas exteriores sin ningún problema y era incapaz de dar un paso.  Paralizada totalmente.

Miré al peque, me senté en el bordillo y desde allí me lancé.  !Prueba superada!  Di unas brazadas y a los 5 minutos salí de allí.  Para ser el primer día ya había estado mucho rato.

Terminamos bien la tarde, agradablemente arrugados por el agua y llevando el olor a cloro a la ducha donde al fin pude deshacerme de él.

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