Donuts

Una de las cosas que más me gustaba ver cuando entraba a la panadería, a las cafeterías o a la bodega de mi calle, era la caja baja amarilla llena de donuts ordenaditos. Era verla y empezar a salivar.

Los donuts estaban recién hechos, se notaba que eran del día porque eran blandos y el azúcar aparecía como una costra dura. Sobre todo esto, el azúcar, como endurecido en una fina capa repartido desordenadamente por encima de la rosquilla de masa esponjosa. Lo mordías y aveces caía una de estos copos dulces o se te quedaba en el labio y notabas como se deshacía al pasar la lengua.

Se podría decir que tengo adicción a los donuts desde siempre. No suelo consumir muchos dulces, pero el día que lo hago, si puedo escoger, elijo esta rosquilla dulce, aunque últimamente me estoy frustrando mucho.

La marca que hace mis tan queridos donuts, de toda la vida, los auténticos, decidió que era mejor envasarlos y venderlos en packs, de 2 en 2, de 4 en 4, de 6 en 6... según ellos y su publicidad, que nos vendió Santí Millán en calzoncillos (que casi te daban más ganas de comerte a Santi Millán que el desayuno), se conservaban frescos todos los días, de hecho, ¡hasta una semana!.

No nos engañemos, no tienen ni punto de comparación con aquellos que, recién hechos, me hacían salivar. Ni en tiernos, ni en frescos y por supuesto, olvídate de la costra de azúcar tan suculenta y tan tentadora.

Ya no los encuentras en las panaderías, ni en las cafeterías, ni en la bodeguita de mi calle, solo tienen de los envasados. Entiendo que les es mucho más rentable tanto a fabricante como a vendedores pero... es una pena, eran algo muy auténtico.

Claro que yo... tengo adicción, no lo puedo evitar, sigo comiéndolos cuando se da el caso de comprar algo dulce porque, a pesar de haber rebajado (para mi por lo menos) parte de su autenticidad y de su frescura, siguen estando muchísimo más deliciosos y buenos que cualquier otro.

Ahora que pensándolo bien... puede que me pase a los de chocolate.