SECCIONES

... Y TODO RECTO HASTA EL AMANECER

Si sabes lo que significa, no te digo nada más, nos vemos allí y lucharemos con los piratas, las fieras y los indios, danzaremos con las hadas y comeremos pasteles imaginarios con los niños perdidos. Si aun así no lo sabes... quizás perdiste un algo dentro tuyo que te impide ver las cosas sencillas e importantes que hay a tu alrededor... búscalo y empezarás a ser feliz.

jueves, 7 de octubre de 2010

Mis 2 Barcelonas

Odio las grandes ciudades...
demasiado ruido, demasiado coche, demasiado cemento, demasiada gente...

Cuando bajo del tren, en plena Plaça de Catalunya de Barcelona, se me pone mal cuerpo.

La gente me arrolla, soy incapaz de seguir su frenético ritmo. Chocan conmigo como el que choca con una farola porque ha calculado mal la distancia al pasar. De hecho, ni se disculpan, creo que ni se percatan de que soy un ser vivo. Deben sentir que algo que está casi estático (para su ritmo) ha de ser, por fuerza mobiliario urbano.

Me siento farola. Solo espero que no se me mee ningún perro en las piernas.

Salgo a la calle y consigo hacerme hueco entre el río desbocado de personas. Las farolas podemos ser muy perseverantes, despacito, pero seguro.

Ando unos pasos angustiosos, llenos de ansiedad, hasta que alcanzo, por un lateral de la calle Pelayo, una via estrecha que me adentra en El Raval. Entonces todo cambia. El tiempo se torna a mi favor y dejo de ser farola para volver a ser yo, una persona con identidad que se mezcla en un barrio lleno de otras gentes con otras tantas identidades diferentes.

El Raval, uno de los barrios más antiguos de Barcelona, no ha gozado nunca de una buena fama. Siempre fue zona de los más humildes, los más olvidados y la miseria absoluta. La zona de palacios queda al otro lado de la Rambla.

Hoy día no es que haya cambiado mucho. Aunque esté de moda, en sus pisos vetustos se acinan aveces varias familias de inmigrantes. De noche, algunas calles son incluso no recomendables, pero de día... de día nos da una de las caras más amables de la gran ciudad.

He bajado a la calle Xuclà, despacio y sin prisas. Nadie me ha arrollado, incluso yo, que ando ahora con muletas, he tenido que pararme en un par de ocasiones para esperar a que una mamá terminara de colocar lo que había comprardo en la cesta del carrito de su bebe y para que un repartidor descaragara unas cajas a un pequeño comercio.

Si, porque en esta isla de humanidad aun hay pequeños comercios. Apenas a 200m. del Corte Ingles, del FNAC, MNG o C&A, me he recreado mirando el escaparate de una mantequería, con cientos de quesos diferentes, de una bollería con panes que nunca había visto, he podido entrar en una papeleria con olor a ¡papel! no a ambientador de limón y me he dado el lujo de hacer una paradita en la libreria "La Central" que dispone de una cafetería dónde me he tomado un té frío a la naranja con canela, pero de los caseros, nada de "nestis" prefabricados y enlatados.

Frente La Central hay un apequeña Plaza. En su parque infantil juegan niños marroquies, indios, paquistanís y sudamericanos. En su cesped reposan individuos de aspecto intelectual al lado de personajes que ya se han separado totalmente de la sociedad y que entre trago y trago a un cartón de don Simón intentan escatimar algún cigarro a los viandantes que, por estas calles, pasean sin prisa.

Mientras, en las cafeterías de alrededor observan la vida diferentes tipos de personas. Bohemios con título solo por tener barba descuidada y vivir en el barrio, turistas que siguiendo una guía alternativa han topado con el rincón, unos abuelos de toda la vida o grupos de amigos que, por una extraña coincidencia descubrieron que el sol en esa terracita hace que la cerveza sepa mejor.

La mayoría de espectadores son agenos al barrio, puede que sean, como yo, exfarolas en busca de sentirse un ente vivo, pero en todo caso sentados en la porchada observan la plaza como quien mira la televisión o quien ve un albúm de fotos antiguas.

En ese microcosmos urbano está representada la vida en cada niño que juega y el no vivir en cada melenudo personaje lleno de mugre que se abraza al cartón de vino como si de ello le dependiera su existencia. Mirado friamente, si, su existencia depende de ello.

La suya y la nuestra, porque me recuerda que aunque yo este del lado del espectador, un día puedo verme en el centro de esa plaza. Total, cruzar de la porchada al centro solo lleva dos pasos, como en la vida misma.

Dejo la paleta de colores de ese oasis en medio de calles y sigo mi camino observando cada persona... la turista mochilera buscando su pensión, las personas de medio mundo que salen de comprar del pequeño supermercado o de la mantequería, el transportista perdido que no puede sacar del laberinto de callejas su furgoneta, la señora de edad abanzada que recorre la calle llanándola con su presencia de olor a polvos de oriente y a jabón heno de Pravía...

Y saco a pasear mi olfato. Ese olor a café en una pequeña tienda de cafés del mundo con tostado propio, la fruta que se madura expuesta al sol en una mini frutería que da directamente a la calle... plátano, manzana, fresa...
Olor a Shawarma inunda la entrada de un local improvisado y anunciado en la puerta con tiza blanca sobre un cartón y más arriba, en aquella esquina, arrugo la nariz... hay olor a orina.

Sigo subiendo la calle, de regreso a Pelayo, de regreso a la ciudad pura y dura, cada paso me va cambiando el paisage.

Menos colores en la gente, menos olores diferentes y más ruido.

Conecto mi MP3 y lo pongo a todo volumen. Suena Luar Na Lubre y me hace aislarme, por lo menos, del follón de coches.

Voy pasando por la puerta de las grandes tiendas, casi se puede adivinar cual es cual por el olor de sus ambientadores, sin necesidad de mirar el letrero, cada una tiene un olor especial y premeditado.

La música me ayuda a recordar que, aunque me arrollen, no soy una farola en realidad y me voy adentrando en ese mar de personas, se diría que todas iguales, fagocitadas por la gran ciudad y escupidas en sus calles, como robots, todos el mismo paso acelerado, la misma mirada ausente y haciendo el mismo camino sin poder pararse porque, realmente, tampoco hay mucho que observar, no hay una tienda que sobresalga más que otra, no hay una plaza donde reposar, ni olores que descubrir aparte del asfalto.

De tanto en tanto, entre esas gentes apresuradas, tirados en las esquinas, indigentes pidiendo. No se dan cuenta que ahí, agachados y quietos, serán tomados por mobiliario urbano y , quitando a algún turista despistado o algún abuelo que su paso no le permite ir al ritmo general, serán ignorados por la gran mayoría y pasarán a formar parte de su paisaje cotidiano.

Da igual la ropa, las caras, los carteles que tengan o las mutilaciones que muestren, hoy por hoy, la gran ciudad, los ha transformado en poco más que una estatua, una bicicleta aparcada, un buzón... en fín, algo que molesta al caminar. Como yo, que soy, poco más que una farola. Con muletas, pero una farola.

Vuelvo a la realidad en la puerta del restaurante. Apago la música, vuelven los olores y los colores y espero, dentro, a una amiga.

Empiezo a escribir mis 2 Barcelonas, la que odio y la que adoro. La que me anula y la que me hace sentir viva... y pienso que, todo esto, me ha ocurrido en solo 3 calles.

Que ganas tengo de volver a poder andar en condiciones, soltar las muletas y volver a ampliar esas 3 calles en... innumerables, eso sí, que sean las de El Raval porque lo que quiero es en el fondo sentirme viva. Quiero ser una pieza del mundo colorista y variado, quiero sentirme parte del todo y no parte de la nada y quiero poder sacar a mis 5 sentidos a pasear conmigo.

¿Me acompañas?



* Tranquis no asustarse, no ando otra vez con dos muletas, esto lo escribí hace un tiempo y ahora lo encontré y pensé en compartirlo aquí. Algunos ya lo habréis leído, para los que no, espero halláis disfrutado del paseo.

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